Aeropuerto de Barcelona. 00.40 de la noche. 2 de septiembre de 2018.
El vuelo desde Manila había aterrizado hacía ya más de 4h. El de Bangkok, en cambio, acababa de tomar tierra tan solo unos minutos antes de que mi amiga Laura, la paparazzi oficial de ‘’El reencuentro mochilero”, disparara esta foto desde la puerta de salidas.
Recuerdo aquel momento como si de niña hubiera ido a la tele a cantar en Lluvia de Estrellas. Mis pies apresurándose a la puerta de salidas arrastrando una mochila de 60L que por primera vez ya ni la sentía a las espaldas, el corazón a doscientos por hora… y aquella puerta abriéndose parsimoniosamente a centímetro por minuto.
A pocos segundos del infarto, lo supe. La puerta se abrió y mi mirada buscó la tuya entre aquella multitud. Entonces me sonreíste y con la misma certeza que supongo sentían aquellos niños prodigio al subirse al escenario del talent show de los noventa cuando Bertín Osborne les miraba desde lo lejos en un intento por transmitirles un “todo va a salir bien”, yo me dije “Madre del amor hermoso, si este muchacho está la mitad de cansao’ que yo ahora mismo después de cruzar medio globo terráqueo, y se ha esperao’ 4h solo en el aeropuerto pa’ verme a mí con estas pintas… Cuate aquí hay tomate”.
Apenas hacía un mes que nos conocíamos, desde aquella calurosa tarde del 7 de julio en el Born. Fueron una semanas muy intensas, probablemente las más intensas de nuestras vidas. Y entonces llegó aquel parón de 23 días para perdernos cada uno por una punta del mapa y vivir solos nuevas aventuras por el sudeste asiático, yo en Laos y tú en Filipinas. Supongo que a los dos se nos pasó por la cabeza la idea de que aquello no fuera más que un bonito y fugaz amor de verano, y que después de aquel viaje, quién sabe si nos volveríamos a ver…
Lo que nunca imaginamos, es que pasaríamos 23 días agarranchaos’ al teléfono, compartiendo todas y cada una de nuestras hazañas a través del peor wifi de la historia, contando los minutos para volvernos a ver.
Aquella noche, recuerdo que mientras esperaba que saliera mi mochila por la cinta de maletas, le pedí a mi amiga Laura un peine. “Tía, imagínate que está ahí esperándome… ¡Y yo con estos pelos!”. Pero el peine poco pudo hacer con aquellas ojeras de mapache de mal dormir durante casi un mes de selva laosiana, templos camboyanos y tropecientas horas de carretera a las espaldas recorriendo el país.
Lo primero que dijiste al verme fue “Qué guapa estás”, mientras yo, con mis sensuales brazos en jarra, contemplaba embobada tu barba de “Náufrago”.
Aquella noche, a pesar del cansancio, dormimos poco y soñamos mucho. Volvimos a viajar a Laos y Filipinas desde la cama, reviviendo de nuevo cada aventura, y empezamos a dibujar todas las que vendrían después. Hoy hace 2 años que nuestras mochilas viajan juntas.