Dicen que no hay primavera sin golondrina, ni despensa sin harina. Y aunque no rime, me vais a permitir añadirle un pedacito al refrán: ni Semana Santa sin galletas de mi abuela. Y puesto que, la parte de la penitencia y el recogimiento tan típicos de estas fechas, la estamos cumpliendo este año muy a rajatabla, me he propuesto darle a mi cuerpo un poco de alegría Macarena recreando uno de los dulces de Semana Santa que más me llena de regocijo el alma desde que tengo uso de razón. Eso sí, con permiso del Santísimo y de mi abuela, que un poco más y me tira una alpargata virtual cuando le dije el viernes (Santo) que pensaba comer ternera. Abuela, por dió, que eso son ya palabras mayores. Que una cosa es aventurarse con las galletas, y otra lanzarse en paracaídas con el potaje de vigilia. En fin, que el toque chic de la Mona de Pascua está muy bien… Pero que donde se ponga una torrija, un buñuelo, un rosco de vino, una leche frita, un pestiño o un borrachuelo… (¿Borra quééé?!) Tú vete al sur una Semana Santa y ya luego hablamos.Hoy en este gastrocuento semanasantero de Cuentos Viajeros -o como esto dure mucho, quizás debería pasar a llamarse Cuentos Caseros- viajamos 670 kilómetros desde Barcelona hasta la alacena granaína de mi abuela, lugar donde residen, tapaditas con un paño para no resfriarse, su galletas fritas tan típicas en estos días. ¿Te apuntas al viaje?
Equipaje necesario:1 paquete de galletas María chocolate de fundir1 o 2 huevospanela canelaaceite de oliva
¡Aviso a navegantes! En este vuelo viajamos en clase Healthy. Por eso las galletas son sin lactosa ni gluten, aunque debo confesar que su textura final queda bastante más dura que con las María originales. También utilizamos panela en lugar de azúcar (Ay si mi abuela me leyera…). Los que prefieran viajar en clase Fat, podéis utilizar las galletas María de toda la vida, pero mejor la versión más hojaldrada, para que queden bien esponjosas. ¡Vamos al lío!
Ponemos el chocolate en el micro a fundir. Mientras tanto vamos colocando las galletas boca arriba. Dejamos el chocolate enfriar un poco para que no esté 100% líquido y cuando esté listo, untamos con él una tanda de galletas. (El relleno, a parte de chocolate negro, puede hacerse también con flan o natillas, yo en este caso he optado solo por el chocolate puro por mi intolerancia a la leche).
¡Cada oveja con su pareja! Colocamos una galleta vacía encima de cada galleta untada de chocolate.
¡Al agua patos! O mejor dicho…¡Al huevo! Bañamos las galletas por las dos caras. (Si has elegido la versión healthy del asunto usando galletas que no sean de trigo, puedes mojarlas en leche antes de pasar por el huevo para que luego queden más blanditas).
Tras el baño de huevo, las echamos directamente a la sartén, procurando que el aceite esté bien caliente. ¡Ojito! Freímos durante muy poco tiempo porque el chocolate se quema enseguida. Vamos, el clásico mete-saca (¡Ups! Quería decir vuelta y vuelta, abuela).
Al sacarlas de la sartén, las dejamos enfriar un poco sobre una servilleta absorbente y luego las rebozamos en panela y canela.
Et voilà:
Y con esto y un bizcocho… ¡Las galletas de mi abuela!
¡Feliz viaje y feliz lunes de Pascua!