Somos la sobrasada con miel (y bien de miel) por la mañana, el café al Lorenzo y el book que le hacemos al bodegón terracil antes de engullirlo tó pa’ dentro.
Somos el desgañitamiento gargantil en el coche al son de «Rayaaaando el sooool» de Maná y Alborán.
Somos ese instante preciso antes de darle al play en el capítulo de Netflix. ¿Te has parado alguna vez a observarlo? No existe gustirrinín mayor.
Somos todas esas puertas azules, rojas, verdes, rosas o amarillas, altas, bajas, estrechas o anchas, recién pintadas o con más años que Matusalén, que nunca nos cansaremos de inmortalizar.
Somos lo que escribimos, pero somos sobre todo, cómo lo escupimos sobre el papel.
Somos las sábanas limpias y ese «Uy qué a gustico voy a dormir esta noche» al meternos en la cama.
Somos cada una de las incansables peregrinaciones a Maisons du Monde sin perdernos ná. Si inventaran una credencial como la del camino de Santiago, a mi madre y a mí nos faltaba espacio pa’ tanto sello.
Somos todos los bebés preciosos y cukis de nuestras amigas, los que ellas están deseando endosarnos para recordar lo bello que era desayunar, mientras los desgastamos a golpe de click y stories.
Somos paz y somos guerra. La paz de una puesta de sol o un océano en calma y la guerra interna de pasar frente a ellos sin retratarlos una vez más.
Somos una de bravas y una de calamares. Aunque la cerveza no sea nuestra, porque no nos sienta bien. Pero es que el agua es tan poco instagrameable…
Somos todas y cada una de esas fotos estúpidas con las que atiborramos el teléfono a diario, para muestra, un botón. La perfecta metáfora del desequilibrio temporal entre la fugacidad del hombre y la perennidad del mundo. ¿Acaso no son los recuerdos la única forma de supervivencia ante el paso del tiempo?
Te propongo un plan. Fotografiemos y escribamos.
Fotografiemos y escribamos a mansalva. A diestro y siniestro. Con faldas y a lo loco. Fotografiemos y escribamos qué más da si bien, menos bien o regular. Impregnemos de memoria cada cosa importante a nuestro paso, todo aquello que nos haga vibrar. Porque solo así, estaremos creando algo capaz de sobrevivirnos. Solo así, dejaremos que algún día sean todos esos recuerdos tan ‘nuestros’ los que nos revivan, los que nos devuelvan al mundo y al banquete de la VIDA.