Probablemente haya sido el fin de año más frío que hayamos pasado en nuestra vida. Bueno, probablemente no, de lejos lo es.
El reloj marca las doce y diecisiete del primero de enero de 2020 y el termómetro presume de un grado bajo cero. La fotografía, tomada en el Pont de la guillotière bien podría ser de la mismísima estepa rusa. Una fuerte niebla cubre toda la ciudad desde la madrugada de ayer y desde el río, apenas se aprecian las coloridas fachadas que pintan el Ródano en la “pequeña París”. O así es como la llaman. Probablemente, además de por tener también una Notre Damme, sea también por compartir inviernos suaves, cálidos y tropicales como éste.
Anoche nos acostamos a las cuatro de la mañana y la simpática recepcionista del hotel no nos ha dejado hacer el check out más tarde esta mañana. Probablemente, con ese salero français y siempre amigable que les caracteriza, habrá pensao pa’ sus adentros “Si yo no he dormido esta noche mientras todos vosotros estábais de Fête de Revéillon, vosotros tampoco vais a tener esa suerte”.
Así que esta mañana, al sonar la alarma, -pocas cosas más horrorosas e indignas existen en el mundo que el uso de una alarma en vacaciones- nos hemos dado la primera ducha de esta nueva década y hemos salido escupidos al frío polar lionés. ¿O probablemente debería decir “leonés”? (Propiamente de león). Porque la escena ha sido igual de voraz que la de la Antigua Grecia cuando arrojaban a los condenados a los leones.
Irónicamente, encontrar un café abierto en “le pays des cafés” ha sido misión (casi) imposible. Parece que por aquí, lo de que el 1 de enero no trabaja ni dios se lo toman muy al pie de la letra.
A las 11 de la mañana, éramos los únicos transeúntes de una ciudad desierta, dormida y resacosa. Muy probablemente se hayan visto personajes de Walking Dead deambulando por ahí con mejor fachada que la nuestra. Pero qué es este cuento, sino un despropósito de probabilidades.
Al cruzar el pont de la guillotière por decimoquinta vez estos días, hemos desafiado a la muerte sacando la mano del guante tres segundos y medio para coger la cámara de la mochila y tomar nuestra última foto en Lyon. Ésta.
Cabe decir que no es nuestra mejor cara, -teniendo en cuenta la falta de sueño, de café en vena y de temperatura- pero probablemente sí sea la mejor piel que hayamos tenido en mucho tiempo. La más joven, tersa, tonificada, firme y revitalizada. Me río yo de los cosméticos de las celebrities… ¡Un buen viaje a Lyon en Navidad es lo que necesitan!
Al subir al bus camino al aeropuerto, un nuevo e improvisado amigo lionés que hemos hecho, nos ha dicho que esta Navidad ha sido la menos fría en no sé cuántos años, haciendo hincapié en reiteradas ocasiones, que el grado o los dos grados bajo cero de estos días no eran nada comparado a la normalidad de la adorada “pequeña París”.
¡Pues menuda suerte hemos tenido oye! Muy probablemente -con sumo grado de probabilidad en este caso- volveremos el próximo diciembre a despedir el año.