Anoche volvimos a Hawker 45.
La primera vez, hace ya 16 meses, yo caminaba por Caspe más nerviosa que un pavo en Navidad y tú estrenabas la camisa de lino blanca que te habías comprado aquella misma tarde. Apenas nos conocíamos, pero ya teníamos ese tipo de conversaciones por whatsapp tan de andar por casa, de esas que tiene uno con su madre o su mejor amiga en un arrebato desesperado desde el probador del Zara. “¿Qué opinas? Es mona, ¿no? ¿Me la compro?”
Cuando te vi esperándome en la puerta del restaurante con ella puesta, supe entonces que te la habías comprado expresamente para aquella cita y me dije… Cuate, ¡Aquí hay tomate!
Dos besos tímidos en la mejilla y pa’ dentro. El local, con coloridos murales y cocina de planta abierta, reza al nombre de Comida callejera asiática y latinoamericana, redefinida.
Guauuu. La velada promete -pensé. Un buen comienzo para empezar a compartir nuestras dos pasiones: comer y viajar. Pero lo que de verdad acabó prometiendo es el homenaje culinario que no metimos entre pecho y espalda.
Aquel festival de texturas y colores llegó a la mesa, pero no me atreví a hacer ninguna foto. No quiero que piense que soy de esa clase de personas tan absolutamente despreciables que además de no lanzarse en paracaídas al plato, tienen la osadía de dejar que incluso se enfríe la comida en busca del Putlizer de fotografía gastronómica del año -me dije pa’ mis adentros. Y lo cierto es que me costó contenerme ante tal instagrameable escenario de comida colorista, exótica y bien puesta, la verdad. Joé qué pinta…
Entonces tú sacaste el teléfono del bolsillo y antes de que yo pudiera tan siquiera despegar los palillos chinos del sobre y rozar el plato, me detuviste con tu sonrisa profident. Un segundo… ¿Te importa? Y empezaste a hacerle un book fotográfico a aquel festín.
El corazón me dio un vuelco. Oh dios mío. ¡Si es más foodie que yo!
La emoción fue tal, que me abalancé sobre el bolso a lo Gollum con el anillo y saqué yo también el móvil, para saciar de una vez por todas mi sed foodie-pacotillera.
Laksa, pez mantequilla, arroz meloso, calamar, crema de coco y hojas de laksa (Singapur). A simple vista podría parecer una paella minimalista. Sin embargo, el curry laksa le da un toque ultra condimentado que hace de este arroz algo casi adictivo.
Carrilleras de ternera con curry rendang, citronella, gengibre, leche de coco, canela, cúrcuma, anís estrellado y nasi lemak (India). Espectacular. He de confesar de las carrilleras -que a parte de ser mi plato de carne favorito desde siempre- nunca pensé que algunas pudieran estar a la altura de las que hace mi madre al horno. (Mamá, lo siento, pero estas estuvieron realmente muy al límite de arrebatarte el number 1 carrillero).
Crema de maracuyá, pastel de plátano con canela y miso estilo Nyonya (Singapur). Una buena opción para terminar con buen sabor de boca este viaje culinario de #streetfood.
Lo que vino después de aquel reportaje periodístico a dúo fueron risas, batallitas por el Sudeste Asiático de todos y cado uno de los países en los que ya habíamos estado, sueños pendientes y futuros planes de cruzar un día el charco hacia el otro lado y recorrer Sudamérica de norte a sur.
Y es que Hawker 45 es justamente eso, pura inspiración. Un viaje gastronómico a través de distintos platos de comida callejera de países como Corea, Singapur, Perú, Tailandia o Filipinas -país de nacimiento de Laila Bazahm, la chef del restaurante.
¿Comida callejera? ¿Eso qué é lo qué é?
Si has pisado el sudeste asiático -y no has hecho mucho caso a la web del Ministerio de Sanidad-, seguro que te habrás puesto fino filipino gorroneando de aquí y de allá en cada unos de los puestecillos baratos de la calle, esos abiertos noche y día con woks chisporroteantes cocinando un pad thai en Bangkok, la famosa sopa Pho en Hanói, anticuchos en Lima, apetecibles brochetas de serpiente y escorpión en Kuala Lumpur o un puñadico de insectos varios a granel en Luang Prabang (magnífica fuente de proteínas, por cierto). Si no los probaste por prudencia, que sepas que es un sacrilegio. Amigo, vuelve. Tienes una tarea pendiente.
Si no has tenido la suerte de aventurarte todavía por aquellos lares o simplemente te da pereza coger un avión, puedes acercarte a Hawker 45, -el término hawker significa vendedor ambulante en inglés- y empezar a abrir boca disfrutando de las exquisiteces que te brinda este rincón de sabores del mundo. ¡Pero ojo! El local, moderno y minimalista, es bastante más cuki y glamuroso de lo que encontrarás si un día te pierdes por los auténticos puestos y carritos callejeros multicolor de street food en Asia. Aunque eso sí, aunque los taburetes no sean de plastiquete y la comida no se sirva en servilletas churretosas, está igual o más rica y sabrosa que la de allí.
Anoche volvimos a dar la vuelta al mundo, dándole también un buen viaje al paladar. Esta vez, sentados en la barra para ver y sentir de cerca el calor de la brasa y los entresijos de cada guiso humeante, fueron otros platos los que nos teletransportaron a culturas lejanas. Y así fue como celebramos que una noche hace 16 meses, este par de trotamundos gastronómicos, recorrieron de la mano por primera vez callejones asiáticos y latinoamericanos sin moverse de Barcelona. Y es que lo que ha unido Hawker…
Alitas de pollo estilo Bangkok, salsa chile jam, y pomelo Thai (Tailandia). A día de hoy, y eso que no soy una gran fan de las alitas de pollo -a diferencia de mi acompañante- podemos afirmar ambos que son las mejores alitas de pollo del universo. Monstruosas, sabrosísimas y 200% recomendables.
Tako Chimiyaki, pulpo a la brasa estilo Nikkei, puré de boniato, quinoa, chimichurri de ají amarillo (Perú). No apto para los detractores del picante (por el chimichurri), pero tierno y delicioso para los catadores de pulpo around the world como nosotros.
Y en lugar de postre, repetimos las carrilleras de ternera con curry rendang, citronella, gengibre, leche de coco, canela… Sencillamente fa-bu-lo-sas. El plato estrella.
Y con esto y un bizcocho (aunque no sea un postre muy asiático ni suela encontrarse en los puestecillos callejeros, pero así es el refrán, qué le vamos a hacer) queda inaugurado el primer gastrocuento de la temporada.
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