Ataviados con falda y zuecos, los Evzones custodian la tumba del soldado desconocido frente al parlamento griego y aguardan impertérritos el despliegue de medios que hace la mansalva de turistas que ha ido hasta la Plaza Syntagma a pocos minutos de las en punto, para ver el cambio de guardia en Atenas.
Como es enero, hemos tenido suerte de no tropezar con mucho guiri suelto, así que estamos en primera fila para poder presenciar el espectáculo sin demasiadas cabezas de por medio.
Faltan todavía unos minutos para las cinco de la tarde. Contemplo ojiplática el atuendo en cuestión y me vienen a la mente retales de cosas que he ido leyendo por ahí o nos han contado en los tours que hemos ido haciendo estos días. Y es que no son pocas las leyendas que circulan por ahí sobre la Guardia Presidencial (los llamados «Evzones») y sus peculiares movimientos “ecuestres”…
Cuentan que el Rey Otón I de Grecia soñaba con tener una guardia entera de caballos y como no pudo conseguirlo, tuvo la excelente idea de convertir a su propia guardia real en “caballos humanos”. De ahí la simbología de su vestimenta, empezando por el “fassi” en la cabeza, un bonete rojo de fieltro con una melena negra cayendo a un lado que bien podría ser la crin del caballo; siguiendo con la “fustanela”, una falda de 400 pliegues (un pliegue por cada año de invasión otomana) y terminando con los “tsarukis”, unos zuecos rojos de cuero de estilo bizantino hechos a mano, que pesan ni más ni menos que quilo y medio cada uno, con sesenta clavos en la suela para simular una herradura y un pompón negro en la punta.
Pero por si fuera poco, la herradura y el pompón tienen también su propia fábula. De la primera cuentan que los “kleftes” (bandidos que vivían en las montañas griegas y que se acabaron transformando en la principal fuerza de resistencia para expulsar a los otomanos de Grecia) la utilizaban para dejar marcas en el suelo y así los que los persiguieran pensaran que iban a caballo.
Sobre el pompón, aunque hoy día parezca un accesorio algo “demodé”, dicen por ahí que tenía truco, y que servía para esconder dentro una cuchilla bien afilada con la que defenderse en el cuerpo a cuerpo.
La aguja marca las en punto y en un silencio sepulcral, da comienzo un increíble espectáculo de simetría y precisión que parece casi más una danza rigurosamente cronometrada que propiamente una ceremonia oficial que se celebra todos y cada uno de los días del año.
Mitos o verdades a parte, no es de extrañar que entre algunos de los motivos principales por los que escogen a cada uno de estos voluntarios del ejército -que se dan literalmente de hostias por entrar en el cuerpo-, se encuentre el de tener unas piernas fuertes y ser buenos en matemáticas. Y es que para dar semejantes zancadas las 24h del día es absolutamente necesario disponer de unas piernas duras como la rodilla de una cabra y saber llevar la cuenta de los tropecientos pasos simultáneos que cada guardia debe dar a la vez junto a su compañero. De memoria y sin mirar, claro está.