Si hay algo que me guste a mí más (o casi) que mis largos paseos mañaneros o tardíos frente al mar, son mis garbeos infinitos por todo pueblo mínimamente ‘cuqui’ que se tercie. Aclaro lo de ‘cuqui’: callejones estrechos y/o empinados, fachadas blancas, suelos adoquinados, flores en el alféizar de las ventanas, aroma a salitre y por supuesto, puertas bonitas. Faltaría más.
Y es que no sé yo de dónde procede ese amor exacerbado tan mío por las puertas, pero el tema es bastante serio casi tirando a preocupante. Vete tú a saber. Quizá en otra vida encarné yo esa figura ya perdida del ‘sereno’ de antaño, recorriendo las calles y guardándolas de ladrones y malhechores, abriendo las puertas de las casas del barrio a quien lo necesitara, cargada con todas las llaves de los portales por los que hacía mi ruta.
O a lo mejor tuve un pasado algo más glamuroso y fui portera mayor del rey. Una ‘ujier’ de aquellas, noble y de buen linaje, que mataba las horas del día custodiando su hermosérrimo palacio, percatándose en primer plano de todos los entresijos de la corte real y haciendo de mensajera alcahueta de su majestad.
Sea como fuere, el caso es que desde que me viene a Sitges, ando yo la mar de ociosa y en mi salsa, perdiéndome sin querer encontrarme entre callejas de belleza incalculable, sintiéndome una pedazo de guiri de mi propio cuento, ese que nunca quiero ver terminar.
«Como quien viaja a lomos de una yegua sombría
Por la ciudad camino, no preguntéis adónde
Busco acaso un encuentro que me ilumine el día
Y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden»
[…]
«Vivo en el número siete, calle Melancolía
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
En la escalera me siento a silbar mi melodía…»
Y no sé yo si es que Sabina se vendría aquí un agosto a apurar el verano y a escribir unas cuantas letras, pero lo cierto es que hoy, al tropezarme con esta bonitez de puerta de mi color y número favoritérrimo en el mundo, que por si fuera poco, presume encima de buzón vintage, no he podido más que canturrear su canción.
Aunque ‘El Flaco’ parece que no tuvo tanta suerte como yo. Toda la vida queriéndose mudar al barrio de la alegría… y no sabía que para llegar a Sitges tenía que coger el tren, y no el tranvía.