Cuando el rey Otón contrató a los albañiles de la isla de Anafi -en las islas Cícladas- a mediados del siglo XIX para construir su palacio, poco imaginaba que años más tarde, ellos serían los artífices de unos de los barrios más pintorescos y con más encanto de toda Atenas. Casas pintadas de blanco, callejones angostos e imposibles, laberínticas y empinadas callejuelas en las que debe uno agacharse o casi pasar de medio lado de lo estrechas que son…
Y es que los isleños de Anafi, echaban de menos sus raíces y por eso acabaron construyendo un pequeño pueblo al más puro estilo isleño al nordeste de la Acrópolis, que hoy guarda el nombre de Anafiotika y algunos locales conocen como “La isla sin mar”.
Perderse sin rumbo por sus pasadizos empedrados con la cámara a cuestas es tarea obligada para todos los que como yo, son amantes de las puertas de colores, las ventanas de madera y las fachadas de estilo vintage viejuno con más años que el betún. Un barrio donde el silencio y la paz conviven con las preciosas vistas de la capital griega y el maullido de los gatos en los tejados cuando cae el sol.