Gosto de fechar os olhos
Fugir no tempo
De me perder…
La voz de Ivete Sangalo se apodera del hilo musical de Amazónica Street Food nada más cruzar la puerta de este pequeño rincón de selva escondido en el corazón del Eixample izquierdo barcelonés.
Y lo cierto es que a mí me pasa como a la brasileña, que disfruto como una niña cerrando los ojos, huyendo en el tiempo y perdiéndome entre sabores… En este caso, de Brasil y Perú.
Empiezo a hojear la carta. Tapas, sandwiches de escándalo y cócteles de autor. Me lanzo en picado a la última página para corroborar —para mi gozo y regocijo— que el cóctel emblema peruano —y el favorito de la latin (food) lover que narra estas líneas— corona la cumbre de combinados.
La vida sabe mejor al lado de un Pisco Sour. Y no se me ocurre bebercio mejor para ir abriendo boca en este viaje amazónico.
Despegamos. El Green Pacuma hace los honores. Tamales de maíz rellenos de queso vegano, tomates deshidratados, aceitunas Kalamata, salsa criolla y salsa de ají parrillero al Huacatay.
Procedo a darle el primer mordisco a este amasijo tierno, esponjoso y sabroso envuelto en hoja de bananero y cocinado durante horas a fuego lento, aun a sabiendas de que hacerlo, suponga consagrar una nueva adicción irremediable.
El trayecto continúa. Sin embargo, decidirse entre el supay, el ñoco, el roraima, el guacamayo o la pachamama no es tarea de fácil ejecución con la barriga llena. Así que me decanto por el pillaco, que así a voz de pronto, es el único que no me suena a pájaro, ni a montaña, ni a diosa de la fertilidad ni a demonio inca.
Pillaco. Sándwich de panceta de cerdo ibérico cocinada a baja temperatura, mézclum, queso de cabra al romero, anacardos tostados y reducción de vino y panela. Acompañado de gajos de patatas fritas a las hierbas.
Hago un alto en el camino para detenerme en la segunda página de la carta: “Recomendaciones del chamán”. Y como lo que dice el chamán va a misa, no me puedo ir de aquí sin hincarle el diente a alguno de sus predilectos.
Pecari. Costillas de cerdo asado y glaseado con salsa de barbacoa de ají panca acompañado de guiso de carapulcra y crujiente de cebolla.
Y aunque más tarde descubro que el nombre del plato nada tiene que ver con “pecado” —la culpa fue del cha cha chá, o en este caso, de la fonética— sino con una especie de jabalí tropical, juro y perjuro que el sabor de esas benditas costillas es absolutamente prohibitivo.
Y entre una cosa y la otra, un Nanti Sour en forma de bombilla. A ver si se me aclaran las ideas para el postre.
Para el capricho goloso del final del viaje, le vuelvo a dar un voto de confianza al maíz. Después del tamal, cómo para no dárselo…
Caprichoso. Bizcocho tibio de mazorcas de maíz acompañado de helado de coco.
Suave, blandito, caliente y jugoso a más no poder. No hace falta decir más. Bueno, sí. Que lo que verdaderamente sería un pecado sería no dejar hueco para el postre. El que avisa no es traidor…
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