Ruge el motor y las cortinillas de satén rosa se balancean tímidamente con el ligero vaivén del río. Antes de entrar nos quitamos las zapatillas en la puerta, entregamos nuestro billete al conductor y dejamos nuestros mochilones grandes amontonados en el suelo junto al resto antes de buscar nuestro asiento. Pasajeros de abordo, pónganse cómodos, comienza nuestra travesía por el Mekong.
Nos quedan siete largas horas por delante desde Huay Xai hasta Pak Beng. Al llegar buscaremos alojamiento para hacer noche allí y continuar nuestro viaje de nuevo mañana temprano hasta Luang Prabang, la antigua capital de Laos.
Este trayecto de dos días en barco es una de las rutas más famosas del país, y aunque existen otras opciones menos lentas, somos viajeros sin prisa y no hemos querido perdernos la experiencia de navegar el Mekong, principal nudo de comunicaciones de la zona desde tiempos inmemorables que recorre China, Myanmar, Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam.
El barco va lleno de mochileros, al subir nos encontramos a una pareja de alemanes con los que hemos compartido tuk-tuk desde el hostal de Huay Xai hasta el embarcadero. Tendrán unos cincuenta y largos, pero solo en el DNI. Sus botas de montaña y su look mochilero cuentan lo contrario. Ella, profesora de psicología en la universidad, lleva más de un año viajando por el mundo tras pedirse una excedencia. Su marido se ha sumado a la aventura hace poco menos de un mes. Tienen pensado llegar a Australia en apenas una semanas, así que hacemos trueque de consejos de viaje.
La logística del barco es algo curiosa. No podemos quejarnos de los asientos ya que son bastante cómodos, parecen arrancados de un autobús y pegados con superglue formando filas a lo largo de la embarcación. En la parte trasera hay un baño limpio y reluciente al que solo las bufetas más resistentes agradecerán no tener que pisar en las siete horas de recorrido, y también una pequeña barra con refrescos, bolsas de patatas fritas y cerveza BeerLao, regentada por una familia que se pasea de aquí para allá con un bebé a cuestas.
Las vistas del Mekong son impresionantes, este año su caudal es muy abundante porque está lloviendo muchísimo. A lo largo del trayecto vemos algunas aldeas flotantes asentadas a ambas orillas y nos cruzamos con otras embarcaciones y pequeños botes de pescadores locales. La vida ribereña es increíble, y es que el Mekong no es ni más ni menos que el río más importante de todo el sudeste asiático. En él se pescan cada año toneladas de pescado y es fundamental también para el cultivo de arroz, principal sustento de la población de la zona.
Los viajeros aprovechan la travesía para poner al día sus diarios de viaje, dibujar en sus páginas, leer novelas o darle un repasillo a la Lonely Planet antes de llegar a puerto. Otros prefieren matar las horas jugando a cartas, escuchando algo de música o simplemente dejándose deleitar con las vistas que ofrece la madre naturaleza.
La temperatura es ideal, el fresquito que entra por las ventanas es perfecto para echar una cabezada y ya de paso secar las botas del trekking de ayer, que todavía están mojadas, con restos de barro y con un tufillo a humedad que solo los valientes se atreven a dejar dentro de la mochila…
Al llegar a Pak Beng buscamos alojamiento, dejamos allí las mochilas y nos vamos de expedición por la zona. El pueblo lo forman cuatro casas, unos pocos alojamientos y unos cuantos restaurantes amontonados en dos calles junto al río, frente al embarcadero. Nos han dicho que hay una pagoda no muy lejos y decidimos visitarla antes de que anochezca. Nos cruzamos de vuelta con algunas lugareñas que vuelven a casa tras su jornada en el campo.
Al volver de la caminata, detectamos a lo lejos un cartel con tres sílabas mágicas. Ladies and gentlemen, llegó el momento de pegarse el primer homenaje del viaje: MA-SA-JE.
Salimos de allí flotando casi igual -o más incluso- que en el barco por el Mekong y terminamos la jornada cenando en un restaurante indio, por añadir un poco de exotismo a la velada y abandonar por una noche la gastronomía laosiana del arroz con pollo.
Tras la sesión intensa de currys varios, nos vamos a dormir. Mañana temprano nos espera la segunda jornada de barco hasta llegar a Luang Prabang, la que se conoce como la ciudad más mística de toda la región.