Es pasada media noche. Algunos apuran todavía las últimas gotas de cerveza del sábado y el plan del día siguiente está a penas sin definir. Cuatro mensajes a las tantas de la madrugada con el nombre de tres cascadas, un mapa y un horario de tren son suficientes para sincronizar relojes y quedar a la mañana siguiente en el andén número siete.
A nosotros nos gusta eso de improvisar, hemos comprobado tras varios intentos fallidos, que cuando preparamos algo con cierto tiempo acabamos por desestimar cualquier tipo de propuesta en el último momento. Al final es ese “¿Y si vamos mañana a…?” espontáneo e indeliberado el que nos sale bien y acaba triunfando por encima de cualquier otra proposición. Dicen que lo mejor de la vida no se planea, ¿No? Pues nosotros nos ceñimos al dicho.
El tren llega a las nueve y diecinueve con escasez de asientos libres. Parece que no somos los únicos que queremos disfrutar de un domingo con vistas. Tenemos dos horas de trayecto por delante para decidir el qué, el cuándo y el cómo. Abróchense los cinturones, nos vamos a las Blue Mountains.
Bajamos en Wentworth Falls e iniciamos la ruta a pie hasta las primeras cascadas que llevan el mismo nombre. El camino es estrecho y está lleno de viajeros, así que hay que ir parando de vez en cuando para ceder el paso de unos y de otros.
El grupo se divide y cuando nos damos cuenta hemos perdido a parte de la tripulación. Nos detenemos a esperarles, pero tras un buen rato parados siguen sin aparecer. Como no tenemos cobertura para poder contactar con ellos decidimos retroceder hasta el cruce de caminos anterior para ver si los alcanzamos tomando el otro sendero. De perdidos al río, y en este caso nos viene que ni al pelo. Al llegar a uno de los miradores más impresionantes y asomar la cabeza para sentirnos envueltos en la magia del paisaje, divisamos a lo lejos al resto de camaradas extraviados. Lanzamos un silbido que se pierde entre las montañas y no parece muy efectivo, así que seguimos la ruta hasta dar con ellos.
El último tramo hasta las cataratas es de los que quitan el hipo, no apto para sufridores de vértigo. Eso sí, las vistas son alucinantes.
En poco rato alcanzamos al resto del grupo y llegamos a Wentworth Falls. El paisaje es ideal para hacer un alto en el camino y repostar. Decidimos comer allí y recargar pilas al sol.
Con el estómago lleno y deseosos por darnos un merecido baño, retomamos la ruta durante dos horas más hacia las Empress Falls, las siguientes cascadas, siguiendo el National Pass. Este segundo tramo del recorrido es todavía más impresionante. Puentes de piedras que cruzan el río, desfiladeros trepidantes, pasadizos por dónde hay que pasar agachados y escaleras empinadas fortalecedoras de cualquier tipo de glúteos.
Llegamos a Empress Falls con la lengua fuera. El calor aprieta más que nunca y la subida se hace algo fatigosa. Pero alguien grita aquello de “¿Qué somos leones o huevones?!” en el momento idóneo y nos venimos arriba. Así, sin más, desestimando cualquier intento de rendición o de amago de bomba de humo posible.
Al llegar por fin a nuestro destino vemos a un grupo practicando barranquismo. De nuevo surge ese espontáneo “¿Y si…? Y ya no hay marcha atrás. No se hable más. Ya sabemos que habrá próxima vez, y muy probablemente enfundados en neopreno, arnés, mosquetón y cuerdas.
Esperamos a que termine el grupo entero de descender por la cascada y cuando se marchan y nos quedamos solos, llega nuestro momento. El momento de repetir aquello que hicimos hace unos meses cuando lo dejamos TODO por venir aquí con NADA.
El momento de saltar al vacío.
Y allí entre risas, gritos y chapuzones helados… el frío es menos frío, y la distancia menos distancia. Porque no hay nada mejor que sentirse como en casa cuando estás más lejos de casa que nunca. Y eso sólo se consigue rodeándose de las personas adecuadas. Las que como tú, también saltaron al vacío. Abandonaron un día sus miedos para superar sus propios límites, asumir nuevos retos y alcanzar futuras metas. Las que parece que conozcas de toda la vida cuando a penas hace un mes del primer café. Las que esperan con ansia un “¿Y si…?” espontáneo al otro lado del teléfono para decir que sí al instante. Las que dejarán sin duda una huella imborrable el día que se marchen. Las que hacen contigo camino al andar y ahora llamas Familia.
Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar…